Günter Grass


Más conocido por la trilogía de "El tambor de hojalata", por su compromiso político, también dejó obras más lúdicas como esta que les quiero presentar que es "El Rodaballo". Aquí va un fragmento del comienzo:


EN EL PRIMER MES

EL TERCER PECHO

     Ilsebill rectificó de sal. Antes de procrear, hubo espaldilla de cordero con guarnición de judías y peras, porque era principios de octubre. Mientras comíamos aún, dijo con la boca llena: "¿Nos vamos enseguida a la cama o quieres contarme antes cómo-cuándo-dónde empezó nuestra historia?"
     Yo, soy siempre yo. Y también Ilsebill estuvo desde el principio. Recuerdo nuestra primera pelea hacia finales del Neolítico: unos dos mil años atrás de la Encarnación del Señor, cuando en los mitos se separaró lo crudo de lo cocido. Y lo mismo que hoy, antes del cordero con judías y peras, habíamos discutido por sus hijos y mis hijos con palabras cada vez más breves, reñimos en los pantanos de desembocdura del Vístula, con vocabulario neolítico, a causa de mis pretensiones sobre tres, por lo menos, de sus nueve chavales. Sin embargo, perdí. Por mucho que mi lengua se esforzara en articular sonidos primitivos, no conseguí formar la hermosa palabra de padre; sólo madre era posible. Entonces Ilsebill se llamaba Aya y también yo me llamaba de otro modo. Sin embargo, Ilsebill pretende no haber sido Aya.

     Yo había mechado la espaldilla de cordero con medios dientes de ajo y puesto las peras, rehogadas con mantequilla, entre las judías verdes hervidas. Aunque Ilsebill dijo, todavía con la boca llena, que la cosa podía funcionar o dar resultado a la primera, porque, siguiendo el consejo del médico, había tirado las píldoras por el retrete, entendí que primero había que hacer honor a la cama y luego a la cocina neolítica.

     De manero que nos acostamos, abrazándonos y apiernándonos como siempre. A veces yo mismo, a veces ella. Con igualdad de derechos, aunque  Ilsebill sostenga que el privilegio de penetración masculino difícilmente puede compersarse con el miserable derecho femenino a negar la entrada. Sin embargo, como procreábamos con amor, nuestros sentimientos eran tan universales que logramos una etérea procreación paralela en un espacio más amplio, fuera del tiempo, y su tic-tac y, por lo tanto sustraída a toda servidumbre terrenal de la cama: como para equilibrarse, sus sentimientos arremetían, contra los míos: nos mostrábamos doblemente activos.

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